A mi mejor compañero,
ardiente y noble ladero,
durante un embate artero
le clavaron un acero
muy cerca del corazón.
Un doctor al contemplarlo,
tras verlo y examinarlo,
dijo: “Quedará sin vida
si pretendiera sacarle
el dardo de la herida”.
Por el dolor congojado
triste débil y afiebrado
después de cruel agonía
con la saeta clavada
mi compañero moría.
Pues el médico decía
Que en desdichado caso, quien,
una herida igual tenía,
con la saeta moría,
como sin ella también.
El relato que les cuento
es un caso verdadero,
que cuenta mi historia ingrata.
Son tus ojos el acero,
¡ Si me los quitas , me muero!
Si me lo niegas me matas.