Era una tarde de Mayo, cuando el sol se despedía,
los colores cálidos, de melocotón y ambrosía,
con un dulce olor de miles de flores que ardían,
en una callejuela de París, sombría y fría.
Se hallaba una mujer mayor, recogiendo su día,
con un moño de pelo blanco,y arrugas un su carita
llena de felicidad, y castigada por su simpatía,
guardando sus rosas, con sus varias margaritas.
El carro era pequeño, y aún así con él no podía,
me sonrió, y me ofreció la más bella acogida,
tendiéndome la mano, me regaló una rosa encendida
llena de ternura, amor y unas palabras divinas.
"Tienes los ojos tristes, y la mirada perdida,
tus manos están vacías, y tu corazón late deprisa
tus labios callados, y tu sonrisa ensombrecida,
pero tienes la magia, que muchos hoy codician"
Escuché sus palabras, cogí la rosa sin decir nada
me sonrió de nuevo, y con un susurro a mi espalda
"Cógela, y pétalo a pétalo, deshójala en el agua
al terminar, mira su belleza,y te verás reflejada
Le sonreí, dándome la vuelta, caminando sin pausa
la luna en el río se reflejaba, curiosa,me miraba
los petálos,cayeron de mis manos, de mis lágrimas
descansando de nuevo, llenándome de pura mágia.
Al mirar tan hermoso paisaje, reflejada estaba,
la mujer se despedía de mí, desde las aguas,
no volví a ver su carro, ni sus flores, ni nada,
regalándome su sonrisa, su paz,y la eterna magia