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Conmovido por las terribles llamas de Notre-Dame, les escribo este poema que compuse hace años:
Viajamos de camino a un lugar que desconozco,
en estas tierras altas y verdes con sabor inglés.
De pronto, las vías del tren desprecian el norte
y viran, y al fondo un valle con una iglesia gótica derruida en otro tiempo.
Y ahora lo que vira es mi cabeza, que pierde
el sentido y me lleva a otro lugar,
a la luz inmaculada de París,
a las palomas sobrevolando gárgolas y arcadas,
a un rosetón azul de las vidrieras.
Porque Notre-Dame vive en París el paso de los años,
pero es eterna, y está en todos y en todo.
Y porque nosotros no somos más que una milésima
de amparo ante su magnificencia.
Así que aquí, en las tierras altas de Escocia,
en ese tren que traquetea, frente a un valle que nace al fondo,
por la visión de unas ruinas góticas, te evoco, torre jorobada,
y deseo estar siempre bajo tu sombra, en tu centro exacto.
A los Franceses que ayer fueron ejemplo de Dignidad.
Tomás Elías González Benítez.
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