Tú me la diste, Señor,
una soleada mañana
ayer, en mi juventud,
a cambio de un juramento
que he sostenido en el tiempo,
en recompensa a su virtud.
Y era la luz de mis ojos
y la razón de mi vida;
ella cambió los abrojos,
los dolores y la herida,
en una dicha inmerecida,
con esos labios tan rojos
y su presencia querida.
Ella le imprimió un sentido
tan sólido y trascendente
a todo lo que he vivido
desde ese día hasta el presente;
ella convirtió en valiente
a este pobre hombre vencido
por un pasado inclemente.
Pero sólo era prestada
por tiempo tan limitado
como lo ha sido esta vida
que he vivido a su lado
y ahora Tú te la has llevado
dejando mortal herida
en mi interior desconsolado.
Acepto Tu Voluntad
sólo porque soy creyente,
pero este dolor ardiente
siento que me va a matar.
Sin su amor, sin su bondad,
sin su presencia indulgente
¡por toda una eternidad!
Sólo te pido, Señor,
así como diste un día
a mis ojos la alegría
de su belleza y su amor,
el bálsamo redentor
que dé alivio al alma mía
en esta cruel agonía,
en este inmenso dolor.-
Eduardo Ritter Bonilla.