Humanos mortales y el pecado original

Humanos mortales y el pecado original.
Humana mortal, efímera y perecedera, necesidades de una voz que calme mi ansiedad, tómame, como yo te he de tomar, de forma sencilla: salvaje, violenta y arrebatadora. Aniquilando la espera, revolviendo la impaciencia El tiempo es nuestro lecho, finito, finito. ¡Qué haré para romper la tregua!, qué haré para desbaratar el pecado original, ese conjuro maldito que nos vuelve finitos, mortales y solamente humanos. Solamente humanos. ¿Cómo te he de querer con un tiempo finito? La vida es sólo un estrecho pasadizo que hay que a tientas cruzar, un angosto estrecho al que aguarda un abismo inexcusable al final. Con un tiempo que agoniza, no puedo, no puedo culminar mis sueños, ni en una era tan extensa, tan extensa que derrumbara miríadas de fogosas estrellas. No te puedo querer en tan breve lapso de tiempo. Necesito más, más de ti, más, más, siempre más. Necesito recomponer la entropía de ese universo que nos desgaja lentamente hasta aniquilarnos, hasta reducirnos a simples y diminutos pedazos. Universo, al que como a todo humano vulgar, también le pronostican un inexcusable final. La flecha del tiempo nos apunta, nos apunta. Nos apunta directo al corazón ¡Qué haré si no puedo desbaratar el pecado original! No podré detener la amenaza que se cierne sobre nosotros. Tiempo mortal, finito, finito. Y una flecha que nos apunta, que nos aniquilará sin remisión No nos permitirá amarnos como es preciso: de millones de formas ya procesadas o todavía desconocidas. Décadas no son suficientes, no son suficientes, Años, por millones, años, por millones. Son deseos, son deseos inalcanzables.   Y quizás pueda aprender a amar como es debido. Maldito el que me puso fecha de caducidad. Maldito. No me permitirá alcanzar mi Ideal: Del Amor ser su primer exponente. Humana mortal, humano mortal, un amor intransigente y el pecado original.