INGENTE PRISIONERO

 INGENTE PRISIONERO

Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero

 Con sigilo, entró casi sin ser visto;

los tahúres miraron de reojo.

De pronto un gran silencio se posó

en el salón rebosante de licor y carcajadas;

la rubia esquivó la mirada.

El hombre acarició el revólver,

un horizonte de piedras atravesó el semblante

del  prisionero;

 olor a tabaco;

furor de fieras,

trueno en la voz.

Se oía el trepidante fuego del infierno.

En el ceño un rictus de muerte

en la frente un designio.

La fuerza de diez hombres venidos a mano,

trazó la línea infernal del demonio;

desenfundó las pistolas y abrió fugo.

Un muro de hombres se desplomó al abismo.

Pero un disparo le segó la vida.

y se perdió en un

 sueño parecido al silencio.

La rubia, terció las cananas

y se alejó del guerrero

que yacía muerto.

Alguien cantaba una triste tonada.

La rubia se perdió entre la tonada y el viento