Inquisidora manera de sentir

Cuando miro las estelas que dejaste
en el marcha de tu barco a otros mares
recuerdo cuando una vez fuimos amantes
y, sin dudar, venías a mí sin que supiera
que tu amor era cual el de navegantes
que se queda en cada puerto por un tiempo
y, una vez que levan anclas, a mar adentro
se disipan mis deseos con más penas.
Del mismo modo que me logra recargar
el mirarte venir y, como sumando sueños,
el instante en que el sol brilla dentro de tus ojos
ya que reflejas en mi cuerpo un sentimiento
que, aunque quieras matarlo, yo lo mantengo.
Lo hago por todo lo que de ti he aprendido
por todo lo que hemos compartido
por todo lo que sé, me has amado.
Ahora que te vas, no sé que hacer,
si llorar el presente sin consuelo
como lo hace un niño que no puede saber
por qué un pecho no le sacia el hambre
y se queja sin pensar que tal vez no es hora
que durante su quejido no era el tiempo.
La conciencia de saber que nadie muere
cuando alguien hiere un sentimiento
me deja tranquilizar el no sé qué
y me enseña a que debo esperar otro momento
en que pueda seas tú, aquella o la de más allá,
la que logre saciar no sólo mis deseos,
la forma y manera de pensar, lo que siento
que es el querer recibir y luego con amor dar
hasta que la muerte sea culpable de lo nuestro
de romper un amor que se conjuga
no sólo con palabras como manifiesto.
Se hace con la fuerza del cariño, con tesón
con la misma energía que se emplea para
como premio ser el dueño de tu aire y de tu sexo.
samuel akinin levy