La niña daba sustento al canario,
al ver la puerta sin cierre, un reflejo,
escapa el ave veloz de la jaula,
el viento helado recibe de nuevo.
Tiende su mano, e intenta alcanzarlo,
brota un suspiro muy suave en su boca,
como una luz de amarillo se aleja,
hacia la noche de fríos y sombras.
Porque te marchas tan lejos del nido,
donde el peligro te acecha y quebranta,
este es tu hogar y te adora tu dueña.
Enternecido el canario regresa,
a su prisión con sus alas curvadas,
tan seductora es la voz que le llama.
Lupercio de Providencia