LA BOCA DE LA SERPIENTE (INICIACIÓN OFITA)

LA BOCA DE LA SERPIENTE

(Iniciación Ofita)

Cálido útero del inconsciente,

caverna húmeda de olor a muerte.

Estoy en la boca oscura de la serpiente.

 Suave vagina del infinito, túnel de nácar, musgos de fiebre

que en un instante me tragará, sencillamente...

Hay un impulso que me estremece y que me obliga

a abandonarme a estos delirios sin defenderme.

(Dulce embriaguez de este sueño absurdo

que me posee, que me subyuga

hacia el no – ser del Ser para ser Yo mismo.)

Cuando me trague en su noche fría

estaré en nigredo[1] en la boda alquímica.

Metamorfosis, pasta radiante, suprema broma,

ya habré mutado cuando me excrete y seré poesía...

( ¡Ay, el lirismo de lo fantástico!

¡Ay, la locura de un surrealismo tan malicioso,

invención burlesca! ¡Ay, frenesí de la oscuridad

trozos de vida con regusto a Muerte!

¡Ay, lo irreal, buitre que escarba

la entraña humana incesantemente! )

Vivo en la boca de la serpiente

este instante eterno, esta ansiosa calma,

¿Getsemaní? Se me figura

que es la “oscura noche del alma”

que un angustiado Juan de la Cruz proclama.

En el extremo del trampolín suicida

sobre el ojo rugiente del volcán oscilo

impelido a fundirme en su magma ígnea

sin que mi voluntad resista!

Viajaré hacia Dios por el vasto Abismo,

viaje astral hacia Agartha[2], el polo mítico

sito en lo más profundo de mí mismo.

Quijote delirante, peregrino solitario,

caminaré la senda de los monjes Templarios,

pasaré de Malkuth rumbo a Yesod con hambre y frío,

visitaré Tipheret soñando con Kether,[3]

cabalístico tour hacia el Gran Olvido...

Estoy en la boca de la serpiente

y cuando los jugos de su intestino

pudran la cruz y sus clavos suelten,

no habrá más para mí espacio y tiempo

y seré un aliento en el Aliento Definitivo.

Siento en sus fauces una angustia cósmica,

clímax supremo, un arrobamiento,

extasis místico, un terror eterno,

tiemblo en el negro ombligo del Universo,

giro estremecido en la vórtex rotadora

del centro frenético de una cruz  gamada

de los misterios hindúes y de los aztecas.

Hostia propiciante en kundalínica boca,

Quetzalcoatl del Paraíso ya me devora,

paso a través de su entraña santa de torbellino

ante los jeroglifos de los repliegues de su intestino,

llego –al final de ese mágico metabolismo-

como una  estrofa brillante al dorado sol de la nueva Aurora.

Eduardo Morguenstern