La calidez del mar
fue cómplice pasiva
de aquella placida mañana
cuando la brisa marina
tocó nuestro nicho de pasión
contagiada por el éxtasis
del persuasivo
calor de nuestros cuerpos.
La brisa guardó silencio
y las olas sollozaban por palparnos,
insistían e insistían,
devueltas por la celosa brisa.
Entre tanto nuestros torsos
se acurrucaban,
se balanceaban,
se fusionaban,
solo se escuchaba una melodía
emitida por gemidos
y el ida y vuelta del oleaje
que entrelazaba sus mensajes.
Entre tanto tu calor y mi calor
hablaban en su idioma;
se decían, se decían muchas cosas,
tantas cosas
oídas por un sol sonriente,
como sonríe el cielo tus encantos,
se decían que estamos frente a frente
cobijados
por un manto de sudor
y solo vistos por el cristal
de los ojos del amor. Laureano Marcano N.