La Confesión ...

Después de una vida entera
de intensa felicidad
y enormes satisfacciones,
transcurrida a tu lado,
debo decir la verdad
que tanto tiempo he callado.
Yo me casé por despecho,
me casé desesperado,
estaba tan amargado
por una cruel decepción--
tenía roto el corazón
y te traje bajo mi techo
como una substitución.
Sin embargo, amor, el hecho
de habernos así casado
abrió ante mí inesperado
paraíso de ternura
en la plácida dulzura
que me brindaste en tu pecho.
Nunca pude imaginar
en esos años lejanos,
que había llegado a mis manos
tesoro tan singular.
Nunca pude vislumbrar
que, entre tus tiernos cuidados,
mis anhelos no eran vanos.
Hoy te digo la verdad,
después de treinta y cinco años
de recibir tu bondad
y tu amor, sin desengaños;
yo, que no pensé jamás
en hacerte ningún daño.
Sí, me casé sin amor,
más bien con un gran dolor
oculto en el corazón;
utilicé tu ilusión
y tu inocente cariño
como una consolación
a mi rabia, como un niño.
Sin embargo, recibí
de tí, desde el primer día,
esa bendita alegría
y la más pura armonía,
aquella que hizo de mí
el hombre feliz de hoy día.
Tú me supiste entregar,
con tu amor puro y sincero,
nuestros hijos y un hogar
y el calor más verdadero
que pueda un hombre esperar
a lo largo del sendero
que debe de transitar.
Hoy, te bendigo por eso
y te quiero agradecer
esa lealtad y ese esmero;
pero, además, te confieso
con infinito placer:
amor mío, ¡cuánto te quiero!-
Eduardo Ritter Bonilla.