El ojo del huracán

Y uno se arrastra por la vida,
creyendo, en su fatuidad,
que "flota" por sobre el hombro
de los míseros mortales
que nos rodean, nos estorban;
teniendo que soportar
sus presencias ofensivas
de "palurdos mentecatos"
iletrados y carentes
de "nuestro nivel de vida",
"cultura" y "roce social".
Uno ignora por completo
su función en este mundo
y, en vez de buscar sentido
a todo lo que ha vivido,
sólo busca acaparar
poder, placer y riquezas
y eternizar sus simplezas
y sus momentos de euforia;
pretende alcanzar la gloria
en cuantas cosas materiales
se nos ofrecen en venta,
ansiando su posesión.
Uno se frustra en la vida
buscando alcanzar el triunfo
y el "éxito en sociedad"
para ser reconocido,
justificar que ha nacido
y lograr su propio lugar
entre todos los cretinos
que nos disputan el aire
y que no cesan de estorbar
cruzando "nuestro" camino;
mientras, el tiempo termina
y nuestras vidas se nos van
sin sentido ni provecho
y nos queda un vacío en el pecho
y en la conciencia un pesar.
Y uno, al final, llega a viejo,
con dinero en los bolsillos
y envidias, y penas (muchas)
con tristeza en la mirada
y un hueco espantoso adentro;
con la piel llena de arrugas
y en la memoria recuerdos
de tantas y tantas culpas.
Y una cauda de herederos
que no entienden nuestras luchas
y sólo esperan nuestra muerte
para heredar -- la ignorancia,
incomprensión y egoísmo,
y repetir los errores
que nosotros cometimos
y aprender, también muy tarde,
con un vacío en la mirada,
el por qué de nuestra amargura.
Uno se arrastra por la vida
buscando un sentido al tiempo,
mirando de cuando en cuando
a un torpe insulso en el espejo,
buscando adaptarse al cambio,
e intentando hallar, en vida,
el objeto de tanto esfuerzo;
creyendo ser "el más listo"
y hallando constantemente
que todo esfuerzo es en vano
y lo necio del ser humano
en nadar contra la corriente.
Y camina, y corre, y tropieza,
y se queja de su fortuna,
y consume su vida entera
rodeándose de basura.
Sin aprender casi nada,
sin entender su grandeza,
sin aprender humildad,
sin apreciar la belleza
ni hallar la serenidad;
sin satisfacer sus ansias
ni aceptar su iniquidad.
Sin encontrar un sentido
a ese continuo remolino
de rostros y pensamientos,
de risas y de lamentos
que se agitan, vienen, van.
Siempre a merced de los vientos
y los mundanos tormentos,
en el centro del volcán,
sin poder hallar reposo,
cayendo, siempre cayendo,
en el insondable pozo
del ojo del huracán.
Uno termina sus días
arrastrándose hacia el polvo
sin haber nunca aprendido
de su existencia el sentido,
y -- termina por no pensar,
por anhelar el olvido
de todo lo mal vivido
y buscar al final, la paz,
después de tanta soberbia,
después de tanto egoísmo,
temeroso del abismo
que comienza a vislumbrar.
Sólo entonces, un destello
fugaz de su inteligencia
le permite a su conciencia
reconocer la verdad:
que equivocó su camino,
comienza a entender que vino
a SERVIR y no a "disfrutar".
Se vuelve sabio un momento
y pretende, en su testamento,
su experiencia eternizar;
cuando se llega el momento
en que se le ha agotado el tiempo
y tiene ya que abandonar
la vida con un lamento,
mientras que se lleva el viento
su saber y su pesar.
Más tarde, andando el tiempo,
vendrá de nuevo, volviendo,
en otra vida, a empezar
en algún otro camino,
otro nombre, otro destino,
incluso en otro lugar;
subiendo así otro peldaño
en la escala de la existencia.
Con cada humana experiencia,
el espíritu inmortal
amplía su conocimiento
a lo largo de muchas vidas,
diversas y sucesivas,
acumulando vivencias
y una suma de momentos,
de acciones y pensamientos,
en una infinita espiral.-
Eduardo Ritter Bonilla.