31 / XII / 1976
Anoche, mientras el río arrastraba
las ilusiones y la pena desgranada,
de la juventud silenciosa.
Cuando el viento lleva cada cosa
de lado a lado, de lo que hacemos y que nos une,
con el temprano frío de la madrugada.
Es curioso, cómo la noche me dejó soñar
que podía amarte y gritarle al bao de los cristales
y a la espuma mágica que nos mecía, arrullados por el rumor del aire.
Mientras, con un rayo de amor, yo te abrazaba,
te besaba poco apoco, para estirar mejor tu corazón arrugado;
palpé, sin vicio, tus mejillas heladas y soñé que te tenía para siempre.
En un abrir y cerrar de ojos
miré a la ventana que toda la noche nos tuvo en vigilancia
y un pajarillo, sólo, empapado por la lluvia
y arropado por el quicio; nos miraba con asombro y con lástima.
Profundicé en su pensamiento
y entre sus recuerdos se encontraba el gran amor, que por su mal,
le habían robado y que desde entonces guardaba con la voz apagada.
No me creerás, pero pude observar una lágrima diminuta que rodaba por su mejilla plumosa y que con marcada amargura,
me anunciaba tu final y tu distancia.
Anoche, al menos: te amé…