La niña mira la tarde cobriza:
pimpollo de una rosa que no abriò,
mala carta la vida le jugò:
cabellos lacios, mirada enfermiza.
Un muñecote acarician sus manos
sin siquiera mirarlo ni gustarlo,
tan distraìda, le cuesta pararlo,
sigue absorta en esfuerzos sobrehumanos.
Tiene en su cara bosquejos de luna,
paz que vierte al alma un tibio descanso,
su silencio es copia del rìo manso
que balbucea sin palabra alguna.
¿Què puedo hablarle al pasar a su lado?
¿còmo no romper su visiòn tan pura?...
màs callarà mi boca porque es dura,
no puedo encontrar el verso apropiado.
Queda ahi, sin amparo màs tener
que la tarde muda, tanto como ella...
y queda ahi entre miles de centellas
que la noche envìa a alumbrar su ser.