Últimos Momentos

Son tus últimos momentos,
pero tu no lo sabías,
nadie te pidió permiso
y, mucho menos, te avisó;
todo ocurre de improviso,
el destino así lo quizo:
un ataque al corazón.
Te sorprendió en plena calle,
a dos cuadras del negocio,
tu no pierdes ni un detalle:
estás del todo consciente
y ese dolor tan ardiente,
¿cómo avisarle a tu socio?
Las piernas no te sostienen
y pierdes la vertical,
tendido ahí, en la banqueta,
tres personas se detienen
y ven escrito en tu rostro
un desenlace fatal.
Alguien llamó a una ambulancia
y ésta tarda "eternidades"
antes de llegar a ti.
Un médico te examina
y no le puedes ni decir,
ese dolor no te deja
y el médico te aconseja:
no trates de resistir.
Te han inyectado atropina
y te han puesto en una camilla,
te suben a la ambulancia
y arranca, con la sirena
que tu escuchas a distancia,
mientras te consume el ansia
y se te nubla la mirada
como una venda amarilla.
Se oyen voces cavernosas,
lejanas, distorsionadas,
mientras se obscurece el mundo
poco a poco, en derredor;
sientes un choque profundo:
es el desfibrilador,
las voces, desesperadas
y, en los últimos instantes,
un espantoso terror.
La ambulancia, finalmente,
te ha llevado al hospital;
tu te sientes como "ausente"
y algo te dice, en tu mente,
que ya ha llegado el final.
De pronto, miras tu cuerpo
llevado por un pasillo,
en la camilla con ruedas,
a la sala de emergencias,
pero no sientes dolor,
ni molestias, ni ansiedad;
no entiendes por qué la prisa
de todos, alrededor.
Te conectan monitores
y aparatos especiales,
pero opinan los doctores
que todo es en vano ya:
después de quince minutos,
no tienes signos vitales.
Entonces, se desvanece
la escena del hospital,
acuden ideas confusas,
imprecisas, encimadas:
el pago del automóvil,
la hipoteca de tu casa,
el colegio de tus hijos,
todo gira, vuelve y pasa
en remolinos que se alejan,
tragados por un embudo
que se pierde en la distancia.
Todo aquello se ha borrado
entre los pliegues del pasado;
tu te encuentras aturdido,
sin saber qué ha sucedido
ni hacia dónde vas ahora;
en la niebla, confundido,
cuando ha llegado tu hora.-
Eduardo Ritter Bonilla.