LA SOBREVIVIENTE

 La guerra estaba escrita en los pliegues de su rostro

como si la piel hubiera sido arrasada por las armas de Lepanto,

sus labios acónitos de cristales duros se combaban

cuandoa lentos párrafos narraba lóbregos episodios de espanto.

Cuanto sol ausente enfriaba los materiales de la tierra doblada.

A temprana edad conoció el temblor del fuego por el sable roto,

la sangre se paralizaba en sus gestos de túneles desdichados.

Profundamente lloraban las pálidas paredes del corazón cerrado

y se apilaban horrendos recuerdos  en imágenes de gélidas madrugadas.

El cuerpo de la memoria no salió indemne en la sumersión del Leteo,

se irguió desvestida  cual un río de intemperie con corrientes de olvido pétreo,

fue el transcurrir del tiempo la cicatriz de la llaga,

acción de confeccionar el estreno de una nueva vida,

desde el génesis de la mañana fundía con los pájaros el trino de su morada,

lentos telares de medallas premiaban la confección de madreselvas urdidas.

Entrelazaba la noche lunar y con hilos de albo confeccionaba redes de crecimiento,

no había en su mirar más vastos territorios que sus lotes sin ventanas,

el aroma de los rosales la henchía de palabras resonando a tesoros.

No volvieron a golpear su oído los desgarradores tambores del tormento.

Sus detalles modosos eran la procesión de tiernas campanas,

repartida en fragmentos se construyó con la madera

del árbol temprano

cuyas raíces subían como torres soberanas  que dormían bajo la tierra subterránea.

Una paloma descalza se posó en las calmas pérgolas del solario

y ya su piel tenía el resplandor del cereal trigueño en campos opulentos.

Siempre dispuesta la sobreviviente del ilógicos flagelos

a recoger del lodo sombras de semillas blancas.