Fernando era un hombre con suerte  le sonreía la felicidad;  y aunque él adoraba a su hija  su mujer, un día, los dejó atrás.  Anita era una buena chica  aunque no sonreía jamás;  pues siempre estaba enfermiza  hasta que llegó ese día fatal.  En Mayo, el drama llegaba,  la muerte les empezaba a rondar;  a su retoño de sus brazos  le pretendía arrebatar.  Anita había enfermado  sentía en la garganta su mal;  la voz se le estaba quebrando  y poco a poco dejó de hablar.  En Julio, cuando Fernando despierta,  su hija muy demacrada está;  entonces siente que su sonrisa,  ya nunca la podrá contemplar.  En Septiembre, la observa callado,  los médicos ya no pueden hacer más;  y como un padre, desesperado,  intenta, tal vez, su último plan.  En Octubre, se disfraza de payaso  esperando que su Anita  una sonrisa deje escapar;  pretende abrazarla en su regazo  cada vez que la vaya a recordar.  Los días de Noviembre no paran de pasar,  y el pobre Fernando ya no puede más;  siente que se escapa esa oportunidad  como la vida de Anita, que se va apagando ya.  Y cuando llega el frío Diciembre,  la niña no puede ni pestañear;  mas sacando fuerzas desde el alma  su sonrisa cálida le puede regalar.  Con ternura, Fernando, la abraza sin más,  y llorando desconsolado,  sus lágrimas no las puede parar;  Mas Anita, sonriendo, le pide sin gritar:  "No llores payasito mío,  deja que me vaya en paz".  Grabadas en el alma, quedaron,  aquellas últimas palabras al sonar;  sonrisa que dibujaba en su cabeza,  cada mañana al despertar.  Y al año en que Anita marchaba,  decidió un último plan;  y dejándonos su sonrisa escarchada,  el payasito, se fue detrás.