En el país de las palabras hay una calle infinita,
donde se acoplan los versos de letras jamás escritas.
Adonde corren las musas con sus ideas recientes,
van por todos los barrios con sus inmensos letreros
en ellos se lee a veces que el corazón es traicionero
y a la razón encadena donde la voluntad duerme,
donde el pensamiento, entre magnolias, reposa inerme.
Pero también, en esa calle, podemos encontrar
al rapsoda de la dicha que nos da felicidad.
O al juglar que nos relata, y en su cantar se desborda,
algún hecho acaecido que va de boca en boca.
Al cantor de los cantores que con vehemencia nos canta,
cantautor de ilusiones que desde orilla lejana
nos trae, a veces, el compás que brota de su garganta.
Todo lo que ha lugar en mi barrio se contempla,
a veces con realidad, otras son las mil y una tretas.
Pero siempre con la emoción que nace entre las venas
desde la orilla que el mar acerca o aleja al poeta.