No vuelvas mañana, la dijeron un día.
En la calle el cemento brillaba
y las hojas, de lluvia empapadas,
con estrellas orlaban la acera.
Entre las sombras de la noche caminaba
sin rumbo, sin destino, sin mañana.
De naranja pálido lo vestían las farolas
y, sin embargo, nadie miraba.
No vuelvas mañana, a si mismo decía.
En su casa una madre y un niño
esperaban sin más su llegada.
La madre en sus cosas andaba,
el pequeño con héroes soñaba,
y tras el rumor del ascensor
los pasos amados esperaba.
No vuelvas mañana, con cierta desidia
le había espetado con voz ahuecada,
tal vez por vergüenza, tal vez por falacia,
un puto imberbe de camisa blanca.
Como si fuera tan fácil llenar las mañanas,
como si fuera tan fácil cambiar una vida.
¿Cómo se lo digo ahora?, preguntaba a la noche, y las gotas de lluvia con sudor frío respondían.
Luego fabulosas bestias,
pesadillas desfilaban en su mente,
pavorosas escenas de hipotecas y desahucios,
de niños llorando y de manos temblando,
Y en su interior una nueva debilidad nacía:
una desconocida falta de fe,
una desconocida falta de brío.
No vuelvas mañana, dos horas hacía
que la odiosa frase un silencio rompiera.
Luego la negra noche como plomo caería
llenando de sombra una sola silueta,
Caminando despacio por la calle mojada,
mirada perdida entre la gente muda.