Hasta el cielo gris, negro,
da fruto...el agua.
Con el horizonte al frente,
contempla el espacio vacío
entre el cielo y el mar.
Sus manos pálidas, desnudas,
aprietan su vientre,
pellizcan su ombligo,
principio y final.
Es ella la excepción de la hembra,
por muchas razones que encuentre,
por mucho que se dedique a amar.
En ella anidó la serpiente
de la infinita soledad.
Su ser no tendrá proyección,
su amor quedará en el sexo,
en el disfrute carnal.
Sus manos no tactarán
al recién nacido, piel de azafrán.
Tendrá que soportar miradas
indiscretas, dañinas, dolidas,
comentarios tenebrosos
de maldición ancestral.
Su corazón quedará vacío
mientras su hombre
se consume en el alcohol
sobre la mugrienta barra del bar,
o busca en otras sábanas
el deseo paternal.