Escuchaba el murmullo de los árboles,
apacibles, bailando como verdaderos ángeles,
sobre vientos de espumas blancas y frágiles,
acariciando mi rostro, peinando mis pesares.
Sobre ellos volqué mis pensamientos entrañables,
les susurré mis penas y mis desaires,
y con sus ramas me acunaron, siendo fantasmales,
saludándome con sonrisas de troncos infernales.
Los regué con mis lágrimas de aguas de embalses,
me cobigé con mis ojos en sus bellos ramajes,
grité con voz entrecortada al fondo de sus fauces
y con sus hojas me vistieron con un gran corage.
Y recordé, que mi corazón estaba de viaje,
sentada en aquel banco, frente al estanque,
donde tanto les hablé a mis queridos árboles,
de lo mucho que te recordé, antes de tanto amarte