Cada amor, cuando se acaba,
es una profunda llaga
abierta en el corazón,
sangrando sin compasión;
ardiente, que no se apaga
y que tarda mucho tiempo
en encontrar su curación.
Cada nueva decepción,
cada herida dolorosa,
causa una llaga espantosa
que más tarde cicatriza;
pero mata la ilusión
y a nuestra alma la hace trizas
con la cruel separación.
Cada amarga despedida,
cada adiós sin solución,
es una mortal herida
que lacera al corazón
y lo marca de por vida;
cada llaga va seguida
de su cicatrización
en el alma dolorida.-
Siempre he dicho a pesar de las heridas recibidas en el alma y en mi cuerpo, que Jesús las padeció para redimirnos, por AMOR a nosotros. Pensar así ha hecho que mis heridas no sean llagas y se cicatricen al unísono con el dolor. Para esto he dado en cada oración gracias y he predicado mi fe y la palabra de Jesús, no pudiendo imitar su bondad, pues cuando me lastiman no perdono. Creo que las cicatrices quedan para que no olvides a quien te hirió. Lindo su poema. Saludos, Ivette Rosario