Vivo mi mundo aparte, como ausente
entre indiferencias y el olvido,
condenado a vagar eternamente
buscando el rastro de un amor perdido.
Cruzo la calle a riesgo de mi vida
buscando la taberna de la esquina,
y pidiendo una copa de bebida,
acaricio su forma femenina.
Bebo el alcohol cual, desesperado,
sabiendo que es otro traidor amigo,
y salí hacia la calle despistado
alzando las solapas del abrigo.
Me detengo al pasar frente a un espejo
quedándome un instante, deslucido
observando el fantasma, mi reflejo
como si fuera el de un desconocido.
Después volví al mundo imaginario,
sumiéndome en sombría inquietudes
y prosigo mi absurdo itinerario,
perdido entre mis propias multitudes.
El señor de los fierros
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