La puesta

Solo ante el sonar del procesador.
La pantalla parpadea y nadie con
quien compartir mis pensamientos.
Las primeras líneas, la primera frase
y nadie para que me ofrezca el parecer.
Puede que me huyan como el vinagre
puede que su ocupación sea
desocuparse de mis cantinelas.
Puede que mis poemas se amontonen
acumulando el polvo lascivo del tiempo.
Yo seguiré impertérrito ordenando
el último poema, junto a sus homónimos,
abalanzándome al tercio tras la puesta.
La soledad tiene su recompensa
cuando al abrirse se desgrana su fruto
mostrándose con frescura al juicio del Rincón
y dando un vuelco el corazón cuando
acepto el poema en el sistema
y aparece el nombre de vocación.
Solo debo saltar al ruedo, ahora ya no estoy solo.