Fantasmas de la noche insensata
que atraviesan nuestros párpados
con rostros, acciones, palabras,
nos dejan en reinos encantados...
Y al amanecer no queda nada,
salvo el doler lo perdido
como si lo hubiéramos tenido
en nuestras manos agarrotadas.
Soñé que la luna era de lunares,
que las mentiras eran de mentira,
que los puños que empuñan los puñales
se despeñaban en la más profunda sima.
Soñé que los dioses pordioseaban
oraciones en las esquinas,
que los árboles tardaban en crecer un instante
y en talarse toda una vida.
Soñé que en los campos de batalla
siempre era el arado quien vencía,
que dejaba en paz al sexo el pecado,
que la muerte nos decía que lo sentía.
Soñé que los banqueros eran los juglares
y que el dinero era la alegría,
que el mar nos devolvía las llaves
y nosotros le devolviamos la vida.
Pero... fíjate,
¡qué tontería!
hasta soñé
que me querías.