Anoche estaba triste,
mi ego se marchitó,
sentía que ya no existía,
el genero del amor.
El amor en todos sus sentidos,
el cariño y bondad,
la fraternidad entre hermanos,
el abrazo y la piedad.
Sentía desde mi cama
bien entrada la madrugada,
que la sonrisa se moría,
sin rastro de simpatía;
alegría por nada,
tristeza por todo,
las dudas gobernaban,
los ojos y el rostro;
colores un tanto lívidos;
el pulso intranquilo.
Mi voz pendía del hilo
y tu recuerdo, un símbolo,
un amuleto que ayuda,
que me inspira fortuna
siempre en tus lindes,
se forja mi fortaleza,
con mi sudor y mi fuerza
sin mas diligencia, tu presencia,
la medicina de la carencia.
Como apartado del mundo,
me encuentro en tus brazos;
del silencio mas bravo,
se perciben tus halagos;
entre tu mirada inquietante
que no soporta el hombre;
me besas la mejilla
y seguidamente me criticas;
una crítica tan dulzona,
tan llena de aromas,
me gusta oírte pequeña
ya que dices, lo que piensas.
Por eso, recuerdo tu nombre,
cada día, diez veces
y acudes a mi mente
sin aviso y sin gente,
sola para las sonrisas,
para el cine y las copas,
sola para bailar pegados
o para terminar ambos
hablando de los pecados;
te gusta a ti,
me gusta a mi,
nos basta saber esto
puesto que ambos lo queremos.