Con su inglés sofisticado, los anuncios de colonias,
rompen moldes y provocan aluviones de pedidos;
se me llevan los demonios, se me llevan las demonias,
contemplando esos modelos que parecen estreñidos.
Que si somos como somos porque tú eres como eres,
que si todo lo resuelve un tal once ochenta y ocho;
calzoncillos para hombres que los compran las mujeres,
cremas que hidratan y nutren hasta la piel de Pinocho
Qué decir de la blancura de Colones y de Arieles,
de la calva de don Limpio y el poder del Scotch Britte;
van los niños que parecen solecitos y pinceles,
sobre todo cuando el sueldo de sus papis lo permite.
Hay un rey que va llenando de pasta nuestros bolsillos,
seguros contra almorranas a precios competitivos;
hay coches con vida propia y hasta chinos amarillos,
guionistas que solo comen porque somos permisivos.
Hay bancos que se disfrazan entre mediáticos TAES,
que luego solo equilibran con comisiones salvajes;
compresas que tienen alas por si del cielo te caes,
Vittorios y hasta Luckinos que te regalan los trajes.
Hay Fanta que engorda mucho, pero hay también Fanta Zero,
ofertas de adeseeles con megas y kilomegas;
jamón del caro, que en eso, no me la juego ni quiero,
mensajes subliminales para las mentes borregas.
Nunca he visto yo un anuncio como aquel del perro Pancho,
que fregaba, que planchaba, que limpiaba y que cosía;
no me extraña que su dueño ya esté más largo que ancho,
porque a él sí le ha tocado, pero bien, la lotería.