Los Fieles

A Ramón Rivasáez
Amo la tristeza del perro de Mozart,
quien durante días y noches lamió la tierra
buscando con sus quejidos,
la sonrisa y los susurros del niño de Salzburgo.
Amo la fidelidad de la lluvia
que esa tarde parda arrulló el cementerio
para lavar bajo la hierba
las mejillas y cabellos del amado Wolfgang.
Amo el canto de El Pardillo,
quien atravesó el terrible océano
para estampar su rojo pecho en la boca del músico poeta.
Amo a los pocos parroquianos
que llevaron en sus hombros
aquel melancólico ataúd.
Desconozco el nombre del perro de Mozart,
el caudal lacrimoso de la lluvia,
la extraña música del pájaro
y la nostalgia en los rostros silenciosos,
pero no dudo ni un instante en afirmar,
que en esa estación tan desolada,
“La Flauta Encantada� saltó de júbilo
ante despedida tan afable.