Una vez en un futuro pasado
me senté a la orilla del mar
y contemplaba su respiración
anhelante de espasmos de espumas
playa de arena
fondo descubierto y propiedad marina,
respiraba quieto y acompasado
con vaivén de niño dormido.
Hablé un poema mío;
en la claridad del ocaso
dije de soledad e interrogantes,
dolores y ansiedades,
de anhelos lacerantes
y de incomprensión cotidiana.
Con el sonido iba mi vida
con gimiente voz al aliento del mar,
al conjuro de mis quejas,
se hizo anhelante,
su vaivén se convirtió en manojo de espumas
que brilla como fuegos fatuos,
la irritación de sus olas
hacían bramar sordamente en sus profundidades,
y la playa
que antes recibía besos suaves,
caricias leves
soportaba ahora latigazos de furia.
Surgió en mi un fuego frío quemante
y la oscuridad se cerró en torno,
apagando las tímidas estrellas
al fin…
en siglos de escribir poemas,
alguien disfrutó un poema mío:
¡Mi amigo el mar! María Ysabel Camacaro.