Después de escuchar tus palabras,
la pasión y la vehemencia
con las que me declaraste
tu sentimiento hacia mí,
cautivaste a mi conciencia
y me tienes fuera de sí.
Nada más puedo pedirte,
no queda más que decirte
que soy tuyo en cuerpo y alma,
que mi amor te pertenece
y que a cada minuto crece
de sólo pensar en tí.
Después de ver en tus ojos
el fulgor de tu mirada,
has dejado cautivada
a mi alma perpetuamente,
te adueñaste de mi mente
y, también, de mi corazón.
No queda más que rendirme
ante el amor que me profesas
¡y todavía me confiesas
que soy tu dueño absoluto!
Vida mía, ya no discuto:
¡te entrego mi adoración!-
Eduardo Ritter Bonilla.
30 de Junio del 2009.