Hay lugares en los que yo no me meto,
que prefiero ni su nombre mencionar;
hay lugares que me inspiran tal respeto
que en su entorno no me quiero ni asomar.
Hay abismos por el hombre inexplorados
que ningún mortal quisiera visitar,
hay regiones y lugares ignorados,
como el mar de los eternos condenados,
cuyos lodos ya se encuentran atestados
de gemidos, de lamentos, de gritar
entre huesos y espantosos esperpentos
que no cesan de sufrir y de llorar
sin ser nunca ya por nadie consolados.
En los lagos y canales de agua hirviente
se respira un insoportable hedor
que nos quema en la conciencia, inclemente,
y lacera a nuestro ser con su calor.
Hay dolores que no puedo describir
en un tiempo lento, espeso, deformado;
en un grito eterno, ronco, desgarrado,
implorando inútilmente por salir.
Hay engendros que quisieran no existir
en el piélago profundo y despiadado.-