El sin fin del lecho celeste
Se mueve, inmigra hacia el oriente.
El calor de un llanto empernecido
Cabalga peregrino e inmarcesible
Sobre un naranja de alquitrán.
El amor no es de caer y levantarse.
Invernan las flores en la sumisa noche
Tras un capullo de pétalos, son guardianes
Que custodian la castidad de su aroma,
Tras su himen delicado, sedoso,
Mantiene en misterio su virginidad.
Hoy las mentalidades revolucionan,
Y nuestros héroes enterrados se hacen inmortales,
Lo que ayer era prisión del escritor,
Hoy son sus musas, es su arte.
La sociedad la siento inicua,
Soy paloma blanca en bandadas de gavilanes,
Soy aurora en un desierto casto,
Soy arena blanca reposando en el asfalto.
La voz de un alma en pena se jubila,
La voz de un amor en espera
Hace recitales de palabras alborozadas.
Una superstición la de paso a la creencia,
Le da augurio a una mentira, la halaga;
Y me hace añorar el crimen y el error
Que fustigado me hizo lo que soy.
Que irónico es buscar la belleza
En lo laico del altar labrado.
Contexturas de una indeleble pasión
Se marchitan entre cortina y ventana,
Entre una entelequia de versos,
Entre difusión y querellas.
Asteado de amores viles
Encuentro en sueños de último minuto,
Las fantasías de mis ánimas dispersas.
Desesperan las perezas ya fluctuosas
Con una doble ración de realidad y desdicha.
Lacónicos comentarios se despojan de lo suyo
Y se lo ofrecen al indulgente de la avenida.
La vida se esconde donde nace otra inspiración,
Donde la nostalgia arrebata un suspiro.
Los ojos del crédulo le hacen vigilia,
Son dotes de felicidad,
Son dotes de hipocresía,
Son ásperas y enyagadas avaricias.
cristopher antonio moraga
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29/07/10