Guardo nostalgias de antaño
en el deseo que dormita
y guardo la ley de mi daño
en un mar que en mar crepita.
Conjugo a solas las cifras
y en la ausencia demando pistas
Guardo la ley sin origen, sin destino,
sin camino de esperanzas;
coral es de cuerpo divino,
donde guardo la templanza;
donde susurran sin tino,
caracolas de mi infancia.
En tu sonrisa de infanta, acierto,
escondida indecisión,
levadura es de buen puerto
que esconde el corazón,
do se pudren los lamentos
que el tiempo se facturó.
Volcada desisto de todo, invento
y escribo sin contestación;
bautizo mi sangre con lodo, asiento,
cual lenta maquinación,
cual murmullo casi inquieto
que goza desgranando ilusión.
A medianoche, con trenzados de algas
y oleaje de espumas blancas,
voy al mar de la utopía. Quizá, valga
la pena sentir como eres palanca
de brillantez pasajera y de ola alta,
en jardín de primavera santa.
¡Hoy voy a ver mi intrínseco mar, azul!
Capturaré a la brisa los secretos adormecidos
y a medianoche, con la espuma en mi baúl
y la ola más alta salpicándome, embebido
en el necear de las olas, respirare gratitud,
removeré lo que me inventa intranquilo.
Yo también quiero guerra y a veces blasfemo
y aún más, si la noche está lejana en mi momento
y la espuma se ha fundido con mi cuerpo enfermo
y me hago añeja y me hago estéril, y poco cuento
en el nombrar con la brisa los olores de lo ajeno;