Compañeras de mi soledad,
cuando mi corazón está triste
se deslizan por mi mejilla sin cesar;
a veces, me refrescan el alma,
otras me la abrasan y la desgarran;
a veces me ahogan, y otras me salvan,
siempre me duelen, y nunca descansan.
Al final, siempre acabo acostumbrándome a ellas,
pues no me queda otro remedio,
ya que mi vida está marcada por ellas.
Siempre están al acecho, nunca se retrasan,
pues prevén el dolor y el infortunio,
pero sobre todo, la desesperanza.
No trates de huir de ellas,
no te trates de ocultar,
pues allá a donde vallas,
las lagrimas te van a encontrar.