Rasgabas tus ropas jugando a la guerra
y el barro cubría tu rostro de niña,
callejera eterna que revolcada en las hierbas
reías al mundo en yu íntima campiña.
Lunares ocultos en tu cuerpo adolescente
escondían la fina piel, tersa al descubierto,
y al andar intenso de una noche silente
me besaste entre comillas creyendo haber muerto.
Jugabas al comandante trémulo que en la batalla
arreciaba al enemigo, fusil y sentimiento,
me hablabas de estrategias, me amabas con palabras,
leíamos a Walsh, sin siquiera entenderlo.
Marchaste al campamento, te alejaste de las ideas
que salvarían al ínfimo y pequeño territorio,
y en la seguidilla precoz de aquella primavera
desapareciste sola, en una firma de escritorio.
Eramos los inseparables cofrades de una aventura
que siguió en nosotros y aún hoy nos cirscunda,
eramos la paz, la guerra y esa locura
que hoy lloro sin lágrimas al borde de tu tumba.