Me lo conto un juglar

En algún lugar muy lindo
donde abunda el tamarindo
y una que otra bella flor,
vive un elfo milenario
trastornado y solitario
y cautivo del amor.
Es un hada su tormento,
su constante pensamiento,
la razón de su vivir,
aguijón de su locura,
de su triste desventura...
¿qué más puedo yo decir?
Todo fue mirarla a ella
que era mágica y tan bella
como mística visión
para que él quedara absorto
tieso y muso y frío y corto
y perdiera la razón.
No perdiola ciertamente
luego luego, de repente,
no. La historia no es así.
El se fue quedando loco
despacito, poco a poco
como yo lo estoy por ti.
Por las noches contemplaba
las estrellas y buscaba
de entre todas la mejor,
la que fuera más brillante
por cercana o por distante
y rogábale al Señor
al que es Dueño del espacio,
del diamante y del topacio,
de la lluvia y del Amor,
al Señor del universo,
de las musas y del verso,
los jardines y la flor,
que le diera aquella estrella
para dársela a la bella
hada mágica y gentil
y lo hacía sin falacia
al pedir aquella gracia
de manera tan febril.
Claro, Dios se sonreía
por aquello que pedía
aquel elfo singular,
porque a quién se le ocurría
que una estrella se podía
o pudiera regalar...
Si esas fúlgidas estrellas
que en el cielo brillan bellas
se pudieran alcanzar,
o si Dios, su digno Dueño
siempre cálido y risueño
las quisiera regalar,
ya me hubiera dado alguna
juntamente con la luna
y tal vez hasta un cometa
y en mi huerto sembraría
mil estrellas y diría:
"Son mis sueños de poeta..."
Aquel elfo enamorado
cometió tan gran pecado
por andar mirando al cielo,
que perdió de vista al hada.
Se quedó sin luz, sin nada,
sin estrella y sin consuelo. Moraleja:
Si se cruza en tu camino
algún hada como vino
al del elfo solitario,
haz de amarla simplemente.
No hay regalo por urgente
que se torne necesario.
El amar es más valioso,
más brillante y luminoso
que la más brillante estrella.
Además, no busques lejos
si los mares son espejos
que te dan razón de aquella.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC