Mi ardilla

Saltando entre mis ramas,

inquieta como una loca,

buscando frutos de amor

alrededor de mi copa.

Mientras sube por mi piel

mi corteza está ansiosa,

haciendo hervir a mi savia

que rezuma sudorosa.

Se sonroja mi verdor

con el roce de su cola,

asediando de caricias

de mi raíz a mis hojas.

Recolecta mis piropos

como si fueran bellotas

para luego ocultarlos

de las miradas de otras.

Rebusca mucho en mis nudos

porque siempre fue curiosa,

pero solo ha encontrado

las cicatrices de poda,

el desamor con su sierra

ya me había dado forma,

esos cortes están secos

y los vástagos no brotan.

Algunos ya son muy viejos

y apenas se me notan.

El tiempo pasa veloz

y el verano se  evapora

mi ardilla no esta tranquila

porque el frío ya se nota,

del cariño de mi resina

ya no me queda ni gota 

y las bayas de mi afecto

a mi ardilla no le importan.

Mi árbol no es perenne

y como ella es previsora,

se adentra en otros bosques

por tener fruta de sobra.

Insaciable de pasión,

esa ardilla me abandona;

no ha esperado ni mi otoño,

ya se me escapa ahora.

No lloro por no tener ojos,

ni puedo gritar sin boca;

se me pudre la madera

porque mi alma está rota.

Cuando veo una ardilla

corriendo siempre nerviosa,

despierta viejos recuerdos

de quien antes fue mi diosa.

Ahora tengo más anillos,

pero conservo la ropa;

no desprendo mi corteza

para que la reconozca.