Llora en silencio mi alma solitaria,
Que las hojas del retirado otoño
Permanezcan en el aliento inerte
excepto cuando esté mi corazón
Extenuado de tanto caminar
Por estos desfiladeros de muertos,
Venga y atraviese con sus flechas
Y se sacie con la sangre
Que se aloja fuera del cuerpo
Y muestra la sed de la tierra
Entre grietas.
Es la llama de mi alma cual aurora,
Se manifiesta al llegar la media noche,
Tras esos suspiros dolorosos
Que me acercan a la astuta soledad.
Ella tan sincera y prisionera,
brillando en el recinto sepulcral:
Esperando que los ojos se cercioren de estar cerrados
Para que la ceguera duerma en la conciencia
Invisible,pero eterna.
y que no pueda buscar la tregua
ni la muerte la puede mancillar.
¡Acuérdate de mí!. Y no importa mi tumba
Donde se aguarde, pues en ese lugar
Enfrente de cualquier cosa
Me parece un buen descansar.
No pases, no, sin regalarme tu adiós;
y deja aquí dentro esa esfera de lágrimas
Que sujetan tu rostro negro
Con la luz que hay allá afuera.
Que el saber que has olvidado mi dolor,
Me aleja cada vez más de la tierra,
Me deja más cerca de un nuevo hogar.
Oye mi última voz. No es un delito, que quiera despedirme,
Liando unos labios alrededor de un beso,
Entre meciendo al latido puro
Que afina acordes en el corazón.
No te pedí nada: al expirar te exijo
Que de mí no recuerdes el irme,
Ni ese rostro pálido y descompuesto
Que incinera el calor en el frío
Que se bate con el helado silencio
De unos cuantos llantos.
Que sobre mi tumba derrames tus lágrimas,
Para que al salir por la puerta,
El amor inunde la aceras de tus ojos
Y te envuelvas en el cálido abrazo
De otro hombre.