Te encuentro, pero en realidad no sé qué veo: tus manos, tus ojos o el interior que nadie observa, que se esconde. Esa parte que inunda el cielo entero cada vez que suspiras, ese grito que me descansa el sueño y que me levanta muy temprano esperando poseerlo.
Me engaña el sentimiento cada vez que me imagino tus brazos circundando cuerpos ajenos, cinturas desconocidas. Pero me atrapa la delicia de tus palabras cuando regresas a mi lado, después de la jornada y me demuestras que aquello no es cierto.
Me basta con la sobra de tus pasos para hacer esta tarde profundamente dichosa: las cosas simples son las que nos regalan más paz, las que nos dejan con ganas de continuar mirando por una rendija, como lo es tu corazón.
Es la angustia de tenerte cerca y no saber qué hacer contigo, es el veneno que se derrama de tus manos, y la límpida suavidad de tu poesía la que me hace deslizarme sobre la niebla, sobre la hojarasca y la basura.
No conozco aún el sentido que me da tu existencia, pero es una pequeña razón que me dota de un algo, un algo que no sé a ciencia cierta si es lo que pensé, o lo que soñé hace mucho, cuando era niña y me imaginaba un mundo alejado del ruido, de la gente, de la envidia y el desaliento.
Para qué tantas preguntas- digo yo-. Prefiero cerrar los ojos y sentir, por un momento, el rose de este sentimiento que se escurre dentro de mi.
Razonar esto es darle la oportunidad a la memoria de traer hasta mí sucesos que me lastimaron el alma. Y aunque sé que es, quizá, inconsciente de mi parte dejarme llevar por este viento, es peor huir como un cobarde, como siempre lo había hecho.
Puede que hoy esté cometiendo una locura o un delito al recordar su mirada, la cual me trae emociones que hace ya muchos años no sentía; sin embargo, no quiero pensar; es más, quiero soñar, imaginar, llenar mi ser de un habito que se me había olvidado: el hábito de amar.
Para J L V