Mi salón es una estación de andenes vacíos.
Denso vacío de añoradas locomotoras de mi niñez.
Aquéllas en que los maquinistas
fumaban grandes pipas de carbón que subían
como largos gorros de dormir y se despatarraban en mi techo.
Chu chu...chu chu... Expreso a la cocina...
Próxima salida al recibidor... Ding dong... Salida en cinco minutos...
Vueltas a las sillas con un recibo hecho de risas
y declamaciones ociosas y languidecidas. Billete
entregado al revisor de ceñuda prisa.
Sobre la chimenea, en el centro del centro
va contando sin prisas cada gramo de ausencia
el reloj de madera. Va contando sin prisa...
Tic tac... tic tac... ¡Eternamente ecléptico!
Coge el estío su abrigo para entrar en mi salón.
Y el invierno se desviste en el zagüán junto al otoño
de hojas secas y mariposas rojas. Allí en el perchero
de herraduras, de madera de polisandro.
¡En mi salón sólo existe una estación!
¡La de andenes vacíos y de locomotoras añoradas de mi niñez!
En mi salón la memoria se despereza grácilmente
y se vuelve mentirosa y cómplice.
¡Ociosa, perezosa, maliciosa...!
Tras el cristal del portarretratos se vuelve amarillenta,
caduca, esperpéntica... Tras el portarretratos
familiar se vuelve cruel.
Aquélla foto sin vida, réplica de miradas numerosas
a la luna tuerta del objetivo anochecido, que nos acicaló
el alma en un instante hasta que el fogonazo nos desparramó.
Aquélla foto donde la tosca mano de Papá se marea
entre el negro oleaje de rizos de mi hermana y de mi hermano.
Mano brava de padre amante. De padre amado.
En mi salón las hojas de los libros vuelan cual pájaros
de papel con letras escritas en los pliegues de las alas.
Crujientes y chisporroteantes
fugitivas de las tapas, aladas.
El espacio se llena de historias de amor, de batallas,
de poemas... Suben hasta la cima de la lámpara de cobre
y se enlentecen en el éter y después bajan deshojadamente.
Tras la estantería, tímida, se esconde una Escarlata.
Al tras del acuario de colores, de luces tropicales
jugando con las ondas se mece una metáfora,
distorsionada metáfora de Lorca y una barquichuela
de Salinas que en alocada tempestad del libro escapa.
Ausencias, versos bellos con forma de aves que en el aire de mi salón
crean pirotecnias de palabras.
Mi salón está repleto de ausencia de locomotoras
de mi infancia pero lleno de memorias que se elevan
sobre el piso, inmisericordes, diáfanas...
¡Mi salón está repleto de salidas y de llegadas!
Din dong... ¡Salida a las cinco!
¡Próxima parada!
¡En mi salón sólo existe una estación!
pio espejo 1 agosto 2006
Me gustó descubrir a este autor,es una pena que no haya vuelto a publicar nada desde hace tiempo.