Mi Soledad

 Me gusta diluir mi soledad en vagabundear,

 como río que se escapa buscando su mar.

 Me distraigo, sobre todo

visitando los lugares mágicos,

 islas de luz en el mapa de mi errar.

En mi país abundan al norte y al sur, este y oeste,

 como constelaciones que guían mi suerte.

 Soy veleta movida

por mi salvaje instinto,

 un soplo errante que persigue el horizonte.

Y por esa rosa de los vientos

jugando conmigo a la ruleta rusa,

 donde cada giro es un latido incierto.

 Esa Rosa, donde encontré en ella

mi alma gemela,

 la pasión desatada por conocer

lugares y gentes.

Mezclando y compartiendo costumbres paisanas,

 como raíces que se abrazan bajo la tierra.

 Confraternizamos para sentarnos

como amigos o hermanos a su mesa,

 hogar prestado

donde el tiempo se detiene.

Disfrutar del pan y la sal autóctona milenaria,

 sabores que son plegarias al origen.

 Pero hubo un grave error

en el libro del destino,

 una página arrancada

por manos invisibles.

¡Ella! ¡Ella!

Fue reclamada por la tierra,

 como flor cortada

antes de abrir sus pétalos.

 Tundida antes de esparcir

su divina semilla,

 fue un error, un grave, gravísimo error.

Era yo, no ella,

quien debió ocupar su lugar,

 soy sombra que se ofrece al sol para salvar la luz.

Años pasaron para poder entender,

 que el dolor también escribe su propia verdad.

 Todo en la vida sucede por una razón,

 aunque la razón

sea un laberinto sin salida.

El usuario del castigo realmente fui, por creer,

 que en vida todo era miel

y rosas de roja pasión.

 Sin contar con las espinas

hirientes del corazón,

 que sangran sueños en cada ilusión.

Pensé en un mayo eterno

sobre todas las cosas,

 pero el calendario se tornó invierno cruel.

 Y no pude borrar lo que ya estaba inscrito,

 como tatuaje ardiente sobre mi piel.

Volví a visitar cientos de lugares disfrutados,

 como peregrino

buscando ecos del pasado.

 En esa su alegre y solaz compañía,

 fantasma dulce que aún me toma la mano.

Buscando disfrutar la magia

de sus risas, cantos y sueños,

 crucé fronteras, llegué al Mar del Plata.

 Perla del Atlántico, la Ciudad Feliz,

 donde la nostalgia se viste de espuma y plata.

Recuerdos fuertes me asaltaron en desliz,

 como olas que rompen

contra la memoria.

 Cinco años atrás en ese mismo lugar,

 paseo inocente y turista por Playa Varese.

Un cachorro de perro encontró en un muladar,

 y sin más nada lo llevó a despulgar, lo bañó.

 Sin pedir mi opinión,

aquel pichichi adoptó,

 como quien adopta un pedazo de eternidad.

Sin embargo, es un tierno, fiel

y enorme guardián,

 creció tanto el podenco

y tiene una cara tan fiera,

 que en los lugares visitados

daba miedo y cautela.

 Volviendo al presente,

en las tardes de octubre, su instinto

 triste se pone y duerme en el jardín —si lo hay—,

 olfatea el aire tratando de encontrar ese algo,

 esa ausencia extrañada,

querida y ausente.

Luego se refugia conmigo para acompañar la tristeza,

 como centinela que custodia mi pena.

Y cuando el sol se empieza a esconder

Esfumando la espera de volverla a ver

 mi voz se quiebra llamando por doquier

a la musa de mis arrullos.

 En cada sombra encuentro su risa lejana,

 y del viento escucho en suave murmullo

su promesa de amor retornar.

 Sigo andando, aunque el alma desgarro,

  en cada sendero vive su memoria fiel.

 Si la vida me niega su abrazo y su alarde,

 Yo... la guardo eterna

¡Como un secreto en mi piel!