un día pregunté a una flor:
-¿Cuál es el sentido de la vida?
ella respodió:
-Tu sentido de la vida es quererme.
¡Amarme para siempre!
y así lo hice, pasaba cada segundo al lado de la hermosa flor, observándola, acariando, amando a mi dulce flor, solos, sentados en el jardín, ella y yo.
llegó el otoño, y la flor marchitó, murió. Yo, triste y abandonado, quedé en pie, estático, pensativo:
-Qué haré ahora, solo? Cuál es mi destino? No veo el camino, todo queda oscuro.
Mi amada flor, ahora que tú ya no estás, no hay vida para mí, no hay mañana que vivir.
Dicho esto, mi corazón olvidó su tarea, y quebró. Y allí sepultó mi cuerpo adolecido, sin más demora que la espera de la muerte.