Poema 77
El último adiós
Para despedirse del libertador,
una anciana esperó en la fila,
por más de diez largas horas;
de pie, con sus piernas agarrotadas,
sus párpados apenas podía levantarlos,
pero, permaneció allí, constante y fiel.
Ni la pequeñez de humanidad,
que denegó por su ruindad de espíritu,
los funerales de estado del libertador,
queriendo tapar el sol con un dedo,
pudieron aminalarla.
Ella sabía que era sólo
una demostración de bajeza de alma.
Ni los crueles rayos del sol,
ni la sed, ni el frío de la noche,
le hicieron desfallecer,
era un esfuerzo sublime,
de fortaleza de pensamiento y de carne,
de esa anciana de gran corazón.
Era un alma elevada,
designio impasible de las adversidades,
tuvo menos de un minuto,
para darle el último adiós,
al lado de su féretro;
antes que partiera de azul al infinito,
esa tarde de diciembre;
el libertador le agradeció,
con una sonrisa suave,
en su viaje al celeste eterno.
10 DIC 2006
Lupercio de Providencia