Tengo deseos de caminar sin rumbo, donde me lleven solo mis pies descalzos y verme así arropada por la lluvia en un día cualquiera. Me gusta andar, llegar y admirar los paisajes donde la vegetación es exuberante y donde los colores verdes sobresalen en todo su esplendor.
Tengo grabada en mi mente muchas vistas hermosas donde la bondad de la naturaleza ha sido creadora. Me he emocionado y me he preguntado, como es posible acertar en diferentes escenarios tanto gusto y belleza y es que para mi es casi imposible que nuestra madre natura sucumba al hechizo de mis ojos.
Siempre la he visto grandiosa, efímera y a su vez muy vulnerable, me enternece saber que algún día la podremos perder para siempre y eso me deja sin fuerzas y casi desolada. Caminando, no me importa el tiempo ni el destino, sólo observo y modúlo en mi pensamiento como habrá sido antes, como es ahora y cómo será en el futuro; por desgracia, no siempre mis esperanzas son del todo compasivas.
El conseguir ir a un lugar y admirar la naturaleza te da vida, te hace plena y te llena de alegría, es ver, olfatear, es distinguir, es apreciar, es explorar e investigar, y todo eso se alcanza no sólo con el esfuerzo de viajar, es puro amor.
Una buena parte se lo lleva el gusto, tu objetivo, tu meta, también el interés por conocer lo nuevo y lo que ya no es tan reciente. He tenido la posibilidad de tener esa complacencia y poder aprovechar cada oportunidad que se me ha brindado.
Hoy, con un poco de más experiencia, me someto al ejercicio de caminar en busca de verdaderos espectáculos visuales, esos que a veces se presentan sin tu esperarlos, son esos que la vida te regala y de los cuales tenemos que aprender, sobretodo valorar su prestancia, poniendo hincapié en su cuidado y apreciando que hay que preservarlos para apostar por un mundo mejor.