Eres bella, hija del azabache,
sedosa y tersa cubierta
de rosadas tonalidades,
fruto de gracia, plegarias y arte. 
Sin ser mujer apache, 
guardas sus rasgos de magia y aire,
sin conocerte, sin hablarte,
auguro que eres mito,
cuento y cante. 
Sin propiedades curativas,
sin receta, ni misiva,
tu silencio en el silencio
me inundó los oidos, 
cautivó mis ojos frios,
redobló mi corazón herido,
una leve y eterna mirada
que nadie ni nada la empaña. 
Cógeme el teléfono 
que añoro tu silencio,
vuelve a responderme
sin pronunciar palabras. 
Miradas que son juicios,
entre la cordura y el desconocimiento,
perfumes que son inmortales
marcas que serán inolvidables. 
Labios que fueron deseo
para el joven y divino Prometeo,
juegos de manos distantes,
suspiros de tabues menguantes. 
Brújula que nunca fallas
orientando al desvalido,
déjame subir a tu azotea
para poder contemplar desde ella,
la luciernaga que me ha vencido. 
En esta mar de nada,
en esta cala de lava,
en este universo vacío,
que me siento muerto
y no me siento vivo.