Después de tanto tiempo el destino nos juntaba, en un lapso de tiempo que a las seis y media acababa.
Hablamos todo el tiempo, pero no dijimos nada, del amor que sentíamos, del amor que nos destrozaba.
El sol se derretía entre las montañas como una vela débil que la noche soplaba, mientras el cálido ocaso de sus ojos se iba quebrantando a cada minuto por el frió de la noche que llegaba, arrebatándome sin piedad la oportunidad que buscaba. Lo triste es que ninguno de los dos lloraba, reteníamos el sufrimiento que nuestras mirabas expresaban, acumulando el llanto que por dentro nos destrozaba.
Había un nudo en mi garganta que a mi corazón aceleraba, mil cosas tenía para decirle y no dije nada.
Que tan atrevido era el viento que con mi alma jugaba, pues en cada movimiento de su cabello más me enamoraba.
De repente le dije te amo, eso no me lo esperaba. Ella dejó de mirarme mientras su sonrisa la delataba. ¿Cuál será su sol? ¿En quién ella pensaba? Esas eran preguntas que ya no me preocupaban, pues su sonrisa expresó lo que mis palabras buscaban, un te amo obsoleto en palabras innecesarias, pues unos dicen te amo y no sienten nada, otros se quedan callados y por siempre se aman, esas son cosas que no sirven para nada. El amor se vive, el amor no se guarda, pero se necesita de uno que hable con el alma.