Sufrimiento inesperado

Todo comenzó en un lindo atardecer,
cuando la Luna asomaba su luz escasa,
no quisiste permanecer sola en tu casa,
y te fuiste de fiesta hasta el amanecer.
Tu mente sólo pensaba en la diversión,
que ibas a recibir en algún buen lugar,
ignorando que la vida te iba a jugar,
la más cruel y despreciable traición.
El caminar de tu belleza tanto resplandecía,
que hasta los búhos te tenían que admirar, pura pasión a tu alrededor se podía respirar,
y las estrellas con tu olor se estremecían.
No era tu culpa poseer un cuerpo impactante,
ni ese vestido que hacía resaltar tu figura,
no era tu culpa aparentar ser una mujer pura,
ni que esa larga noche lucieras tan elegante.
Si supieras lo hermosa que lucía tu suave piel,
y la firmeza que reflejaban tus largas piernas,
con esa mirada profunda como una caverna,
y con tu abundante cabello lacio color miel.
Tú sólo estabas divirtiéndote por un momento,
porque querías salir del eterno patrón de tu vida,
y jamás pensaste que pudieras salir herida,
ni tener que atravesar por tan terrible lamento.
Cuando ya tu sana diversión había concluido,
comenzaste a caminar con calma hacia tu hogar,
bajo una fuerte lluvia te detuviste en aquel lugar,
cuando te percataste de un disimulado ruido.
Antes de que pudieras voltear hacia atrás tu rostro,
ya tenías fuertemente una mano sobre tu boca,
y cada brusca caricia que sentías te volvía loca,
y llorabas al pensar en por qué tú y no otro.
Que desagradable te sentiste al estar frente a ellos,
observando dos caras cubiertas con ojos de pasión,
y cuando todos concluyeron su cobarde misión,
te golpearon fuertemente y se fueron satisfechos.
Que agonía tener que ver tu cuerpo todo mutilado,
a causa de los deseos carnales de desconocidos,
te fuiste caminando con unos pasos desnutridos,
y pensando en el cruel suceso que más has odiado.
Llegaste a tu casa con toda la ropa sucia y mojada,
y con la marca de la desgracia en todo tu cuerpo,
sentías tu alma en coma y tu corazón bien muerto,
y ya no poseías fuerzas para luchar más nada.
Caíste inconsciente en el piso de tu habitación,
por más de seis horas permaneciste sin moverte,
y cuando con dificultad te levantaste y pudiste verte,
sintiendo asco soltaste un grito de desesperación.
Un rato más tarde comenzaste a tomar un baño,
y seguías pensando en lo que aquella noche sucedió,
con miedo y arrepentimiento le pediste perdón a Dios,
por tener en mente un suicidio pero no más daños.
Ya han pasado muchos años desde aquel triste infierno,
años en los que has sentido que Dios te ha ayudado,
a poder asimilar la agonía que tuviste en el pasado,
y a creer que pueda existir en tu vida alguien tierno.
En la vida todos sufrimos agonías algunas veces,
pero siempre Dios nos rescatará de la tempestad,
por eso te pido que siempre me hables con la verdad,
para borrar tu sufrimiento amándote como te mereces.
Por: Efraín Trinidad Rodríguez
“PoetaDeDios”© Morovis, P.R.
6- febrero-2004.