Nací en una tierra de verdores cubierta, de olivos centenarios con hojas de cristal, amarilla y dorada de crujientes rastrojos y unos profundos ojos como el fondo del mar. Y montes engrisados, -como las tardes tristes-, de la escombrera estéril cual lava de volcán, circundada de sierras morenas y tostadas y ríos perezosos de menguado caudal. Reseca en el verano por soles implacables, calentando las paredes con sudores de cal, muy gélida en invierno con suelo de escarcha y vientos flagelantes en su loco girar. Se hace copla la alegría, las penas se hacen cantares, bulerías, sevillanas, seguidillas, soleares, martinetes y tarantas..... todos los cantares se cantan. De la dulce taranta que se cantaba en la mina, hizo mi madre nanas de ternura y bondad, recordando tragedias de sufridos mineros, de barrenos tonantes que parían mineral. Admirando a ancianos cansados y sencillos que trabajaron a la sombra, ansiando la claridad. capaces de embriagarse con luz de atardeceres oyendo los quebrantos lamentos de un cantar. Y crecí en la alegría de mi tierra andaluza, que desde pequeña me enseñaron a amar y a querer a mi pueblo lo mismo que a una madre, que nos da con sus brazos el calor maternal.