Mi señora de abriles!

Mi señora de abriles cuan bella era mi inocencia
y cuan esplendor te rodeaba en tus idas
en cada pasada frente a mí las apariencias
sabidas de engaño a aquel hombre que te vestía.
Mi señora perpetua en el alma y en el cuerpo
de aquella experiencia tan nuestra, tan mía,
en tu cuarto tan amplio a la luz de un lucero
que caminaba tu piel mientras mi ansia dormía.
Mi señora de abriles que a tus pechos erguidos
mi boca volcó las sedientas espesuras
en cada paisaje que a mis manos tus silos
le daban la magia, de adolescencia y locura.
Mi bella señora que al decir de las vencidades
celosas de aquello que en amor todo convertías,
amada primera de mis primeras verdades
tanto me diste que te lo devuelvo en poesía.