Me tragué la vida, en una lágrima,
en un río, en una lluvia que acampó
en los silencios de mis otras
añoranzas.
Me imaginé la muerte, en una tumba
despierta de próceres y glorias,
en la vaguedad de una inconsistencia
en la imagen de un águila enfurecida.
Me apersoné a la distancia,
en un sendero de espigas, piedras,
profusas acrópolis, versátiles e
incipientes, en cada estero
de dolor, en cada exilio
de mi tierra fértil.
Me incriminé en las dudas,
en la culpas mías y en las ajenas,
en el hijo que no fue
en el padre que dejé de ser
en el humo de una molienda
húmeda y tergirversada.
Me acostumbré a las sombras,
en cada recoveco, en cada
alcantarilla, en cada escondrijo
de vergeles y de ausentes,
de pléyades y de leales,
de traidores y de infieles.
Me acosté con la lujuria,
en el burdel de mil amores,
donde el carmín de los labios
eran usos indistintos...
frágiles y despechados.
Me he muerto tantas veces
y me han resucitado de repente,
me encontré con mis fantasmas
conversé con sus sirvientes
relativizé las suspicacias
atenté contra la gente,
enemigo o inocente
quien no me cayera en gracia,
porque al tragarme la vida
me consumí en sus desgracias
me sentí cobarde y valiente
me perdí en mil falacias,
y hoy pagando sus altos precios
con los intereses consabidos,
acepto todo desprecio...
Si hubiese podido morir contigo!